martes, 4 de septiembre de 2007

Sale corriendo del edificio. Tiene la garganta apretada, le cuesta hablar. Es un sufrimiento indescriptible. La gente lo mira mientras viaja en aquel vagón. Camina atrapado entre violines y pianos pero aun así logra llegar a destino. Mientras el anfitrión de turno nota que algo le sucede, percibe un leve sonido y contesta rápidamente. Se dirige al punto de reunión. No sabe que hacer. Ese cigarrillo trata de atenuar lo que siente, pero le es imposible. Ya no es un joven, se transformó en un niño. De pronto se acerca ella. No es capaz de controlarse, las lágrimas ruedan por sus mejillas y se estremece como si estuviese en el ártico. El infante muestra al mundo como sufre, no le importa. Aquella sutil mano esta ahí para consolarlo. La entrega es evidente y lentamente se pierde en el consuelo. Se siente agradecido y por un momento olvidó todo lo que le acontecía. Fue capaz de darle otra oportunidad al mundo. No sabe como compensarle por todo. –Gracias, de verdad-.